Tú que me descubriste al vagabundo
que siempre quise ser
que provocaste querer morder
alguna piel de manzana
querer atajar la realidad
entre lumbre y vino.
Una canción para cada átomo de vida
titiritero, me amarraste
con hilos invisibles con tu afinado bisturí
a tu ritmo universal:
por ti conocí princesas de barrio
bellas en el metro
burócratas regando flores de plástico.
Niños que alucinan en el carrusel
madres que huelen a tomillo.
Que emigrar es otra forma
de escapar de la muerte.
Bendito trovador gracias
por tu bendita música
por enseñarme a amar
aquellas pequeñas cosas
por desenmascararnos
a los macarras de la moral
que dan de comer a las palomas
a aquellos tipejos con los cuales
tenemos algo personal.
Y hemos llegado a viejos
y entendemos que la muerte
solo es no haber sabido vivir
no haber denunciado las calamidades:
un Mediterráneo que ha muerto
un bosque que ya no es
un rio que ya no canta.
Pero aún nos aferramos a la utopía
aquella liebre libre que se nos escapa
que tal vez Marx no ha muerto
que está vivo y no enterrado
que la despensa nos espera.
Porque los poetas no mueren
que solo cruzan fronteras
que los caminos están por hacerse.