Era el mes de junio, año y medio después de la boda cuando una torrencial lluvia se desataba, el cielo se obscureció y apenas eran las cuatro de la tarde. Elena empezó a sentir los signos de que el parto se aproximaba, con cada trueno una nueva contracción aparecía, menos mal que su madre se encontraba con ella y le daba consuelo mientras la partera llegaba. Emilio había salido presuroso en su búsqueda, ensilló el caballo y bajo aquel manto húmedo llegó a un caserío donde vivía la partera, afortunadamente la señora estaba disponible pues le había calculado a Elena casi con exactitud el término del embarazo, -usté traerá a su muchachito el día de San Juan-dijo la sabia mujer, quien también le predecía que se trataba de un varón.
La calma llegó al final de la tarde y Elena dio a luz un niño de piel blanca, cabello claro y con una gran potencia pues sus gritos se escucharon hasta el corredor donde Emilio se paseaba inquieto esperando el momento del alumbramiento. Él se sintió muy feliz con la noticia de que todo había terminado bien, un heredero con la joven más bonita de La Esperanza le llenaba de satisfacción y orgullo; especialmente porque habría robado los sueños de un joven que también quería alcanzar la virtud, belleza y compañía de Elena.
-¿Qué nombre le pondremos?-preguntó Elena cuando se logró incorporar luego del agotador parto. Emilio dijo: -se llamará Juan, porque precisamente nació el día de San Juan, él traerá mucha prosperidad y los años venideros serán de abundancia porque vino bajo la lluvia que es vida y esperanza para la tierra, de igual manera mi hijo trae cosas buenas para la hacienda y para el pueblo de “La Fortuna”. Tendrá desde este momento una vaca parida, no le faltará la leche para que crezca sano.
Con esos buenos deseos se retira a su habitación y deja descansar a Elena. Al día siguiente sale muy tempranito al corral para escoger la vaca para su hijo, era la bermeja que había parido hacía unos quince días; además de la leche la cría también le pertenecía a su hijo, era una hembra y con ello empezaba a conformar su patrimonio como era la costumbre entre los hacendados de la época.
Los días fueron pasando, el niño crecía sano y juguetón, Elena aprendía mientras tanto todo acerca de la lechería ya que tenían un solo empleado para todas las tareas rutinarias. El vaquero llegaba de madrugada y empezaba el ordeño, luego Elena se encargaba de vender parte de la leche y reservaban un poco para extraer la crema y hacer el queso por la tarde. Esa última tarea solamente la realizaba el vaquero junto con Emilio porque los quesos eran la principal fuente de ingresos y debían madurar adecuadamente para que la calidad de los mismos siempre se mantuviera y así los clientes no reclamarían en lo absoluto sobre el sabor y textura del producto. Para la fabricación de los famosos quesos empleaban un molde especial hecho con la corteza de un árbol llamado chaperno, que le imprimía además un sabor único junto con la mantequilla de suero que se aplicaba diariamente con todo el amor de las manos callosas de sus artesanos (Emilio y don Javier).
Continuará...