Soy el mismo de hace mil milenios.
Tengo la misma mirada, la misma barba,
el mismo raído traje,
las mismas sandalias.
Mi ya curtida piel
resiste con la fortaleza de una roca
la embestida filosa de los milenios,
la hiriente cercanía de los rayos solares.
Aún mis ojos cabalgan su luz milenaria
en la Biblia ya marchita por el tiempo,
en el Corán indescifrable,
en el Oyantay de mi ancestro indio.
Aún camino con la rapidez de un galgo,
y mis manos todavía tienen la fortaleza
de las garras de un león.