No eran las mañanas
lo que más temía,
sino la soledad
de su ardua vida.
No eran los problemas
lo que la angustiaban,
sino que nunca nada
se solucionara.
No eran las luchas
lo que la preocupaban,
sino el no tener fuerzas
Para hacerles cara.
No le importaban
las mareas altas,
sino que en su vida
no encontrar su playa.
No le importaban
ni la locura ni la cordura,
sino el no encontrar un alma
que las comprendiera.
La verdad o la mentira
indiferente la dejaban,
sólo buscaba la caricia
de una mano amiga.
No era hacerse vieja
lo que la inquietaba,
sino la enfermedad
no superada.
No le temía al más allá,
sino a vivir muerta
en el más acá
y no ser salvada.
Ni la muerte ni la vida
la perturbaban,
sólo la indiferencia
a ser condenada.
La luz o la sombra
no la importunaban,
sino la incapacidad
de no poder expresarlas.
No le temía a la vida,
sino el no poder compartirla.