Se acabaron los remolinos de las rosas,
y también los ropajes de los capullos,
porque se fueron tras la niebla sus aromas
cabalgando sin bridas esos aires de orgullo.
Se abrieron las ventanas de las piedras,
desdibujando la risa de la sombras;
mientras se va pintando de quimeras
el viejo árbol con sus secas hojas.
Fallecieron los egos de los ayeres
se quebraron los cristales de la risa
mientras se secan manantiales de placeres
y el alma colapsada se complica.
Se oxidaron los pétalos lluviosos
y se derramaron los ecos soñolientos
mientras se hunden en el suelo fangoso
las líneas inescrutables de los cuentos.
se enronquecieron los cantos de los grillos,
se apagaron los incendios de las pupilas
mientras el aire perdió su filo
y las margaritas sus pestañas amarillas.
Se han perdido en los infinitos senderos
los pasos nunca dados por la gente,
y hasta las montañas perdieron su vuelo
porque ya cansadas, anidaron para siempre.
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Maracaibo Venezuela