ARCÁNGEL

HORIZONTE INFINITO

 




Los caminos detrás del presente, se perdían en la ladera boscosa de la montaña. El aire era fresco, de mil aromas que embriagan al caminante y lo mantienen lejos de la nostalgia. Las flores acariciaban mis dedos; me rosaban sus pétalos de terciopelo, esparciendo esperanza a una fe minada por las filosas rocas que rompieron uñas, voluntad y huesos. Los primeros rayos del sol calentaron mi cuerpo entumecido y casi finado; los vestidos que me cubrían, se lavaron con el rocío sobre la hierba. Enterré los pies en la tierra aún húmeda, pero a cada paso se volvía más seca y endurecida. Alcé la frente, enaltecida por la humildad que me quedó al perder todo.


Delante de mí, se abría una extensa pradera; perpetua ante la vista. Los verdes eternos de los impetuosos forrajes en las cordilleras, escarchados durante el invierno y coloridos en primavera, se alejaban de mi espalda, como esas pasiones que te consumen arropado en el lecho de una hermosa piel morena --que una vez amé. El cielo y el alba, en todas sus tonalidades, me vislumbran más dolores y sinsabores; augurios inciertos se esconden detrás de los cirros incendiados. La estrella vespertina, misericordiosa, despliega su radiante brillo, es el camino sin huella que nos ofrece el destino.


Será por siempre el solitario sendero, de bellezas indescriptibles y soledades perpetuas; la casa del nómada, el inconforme, el desamparado, el forajido y del orgullo abatido que a gritos pide olvido. Comienza un nuevo día en los parpados de la vida. Alguna vez dije adiós en mi memoria extraviada; amé, extrañé y fallecí secuestrado por el instinto. Ahora camino sólo, mis manos están vacías. Nada me detiene y nada retengo, porque será el espíritu, el que otorgue tranquilidad a mi cuerpo abatido. Para siempre juré, y por todos los errores, una piedra fue colocada en la planta sangrante que me sostiene. No soy más que polvo y tú, mi Señor, eres el viento que me conduce al horizonte infinito.


Hasta siempre, amor querido...


Baltazar Itiel.