Una noche de luna nueva, casi al final de la época de invierno nace Cecilia, una niña bella de cabello ensortijado y de color castaño. Fue pocos días después del nacimiento de Gloria, la hija de Beto. Dios había escuchado el pedido de ambas mujeres porque les concede tener hijas. Al igual que Juanito también Cecilia tuvo su vaca parida, la florecita, un animal que se alimentaba de flores silvestres que daba una leche sabrosa y espesa. Elena le enviaba a Isabel igual ración de leche para que su sobrina creciera sana, aunque eso lo hacía a escondidas de Emilio para que no pensara que su hermano se aprovechaba de la cercanía para obtener productos de su creciente hacienda.
Elena era muy generosa especialmente con Beto y su hermana menor que vivía aún en La Esperanza y que se había casado con un aprendiz de barbero, un joven con muchas ideas pero no concretaba ninguna en particular. Su madre había marchado justo cuando ella daba a luz porque su otra hija la necesitaba más, así que no acompañó a Elena durante varios meses y vuelve precisamente el día del bautizo. Esta vez, Emilio buscó como compadres a don Justo y a doña Damiana, una pareja que vivía en la costa norte. Ellos llevaron el día de la ceremonia un cargamento de plátanos, piñas y varios tubérculos propios de aquella zona que fueron la delicia de todos los comensales invitados para la ocasión. De esa manera Emilio estableció algunos vínculos comerciales por esos lugares poco conocidos a donde ofrecería lo mejor que tenía en su hacienda, los quesos añejos.
Luego de Cecilia vinieron otros niños, Diego y Luz Elena llenando de alegría aquella enorme casa. Los hijos mayores de Emilio llegaban constantemente de visita y aprendieron a ver con gran cariño a Elena, quien se desvivía por atender a su familia y cuidar del patrimonio con gran empeño. Todas las dudas que ellos podrían tener acerca de Elena se disiparon completamente y se dieron cuenta que el matrimonio duraría mucho tiempo. Su padre realmente amaba a la joven y guapa mujer traída desde La Esperanza, a quien no habían querido conocer desde que se establecieron en la Hacienda Vieja.
Les pareció extraño ver las dos plantas sembradas en el patio que entrelazaban sus ramas y flores, querían saber cómo las habían obtenido, pero Emilio siempre esquivaba la pregunta y guardaba silencio. No quería hablar de la bugambilia porque le recordaba al viejo amor de Elena, ya que según él, era la sombra de aquel hombre. Elena, como era tan discreta tampoco hacía mención a ello y se limitaba a platicarles del naranjo que daba las mejores naranjas de los alrededores y que le gustaría tener más árboles de esos para poder convidarles más frutas cuando ellos llegaran de visita.
Emilio y Elena quizá hubiesen tenido más hijos, ya que las familias de sus progenitores y la de sus respectivos hermanos fueron muy numerosas, casi ocho hijos por familia. Emilio aunque muy fuerte cayó de su caballo en una oportunidad, acontecimiento que le ocasionó problemas en su salud y al cual atribuyó que su familia con Elena no fuera más allá de sus cuatro hijos. Todos fueron creciendo sanos y muy inteligentes, aprendiendo con sus padres; el arte de la costura y la elaboración del pan las dos niñas y todo lo referente a la ganadería Juan, el mayor de todos. El pequeño había sufrido una congestión intestinal que se lo llevó de este mundo y se había convertido en el ángel protector de sus hermanos. Para Emilio fue la tristeza absoluta que empezó a minar físicamente su cuerpo y puso más empeño en enseñar a Juan todo lo concerniente al manejo de la hacienda por si acaso a él le tocaba partir siendo su familia aún muy joven para tan grande responsabilidad.
Emilio se repuso, se dedicó a la crianza de más gallos de pelea, otro negocio que le resultaba bien y en menor tiempo que la elaboración de aquellos famosos quesos. Muchas personas venían desde muy lejos a conocer su gallera y a seleccionar aquellos gallos finos con grandes posibilidades de ganar las peleas que se pactaban entre los aficionados lugareños. Siempre que un desconocido tocaba a la puerta Elena debía alejarse hasta la cocina, para evitar malos entendidos pues Emilio a pesar de tantos años seguía obsesionado por los celos. Elena pensaba que mientras ella no le cuente el misterio de la bugambilia seguirá comportándose de la misma manera.
Continuará...