He herido mis pensamientos con el marrón del coraje,
asesinado las palabras que te celebren
porque aunque todos los hombres glorifiquen tu semblante,
yo no abriré la boca para elogiarte.
Si, el Dios del cielo premió tu rostro,
hizo ejemplo de tu bella figura,
pero a la lengua de mi conciencia la haré muda
y a mi faringe le enterré las uñas.
Estoy vacío de palabras finas,
amurallados están mis amores.
He hecho mortal el espíritu enamorado
que se aprisiona de los débiles gentilhombres.
Si te acercas me haré ciego
para no caer en la garras de tus afanes,
Si me hablas me haré el sordo
cuyos labios hablan disparates.
Lubricaré mis pies con sabiduría,
ignoraré aun la sombra que te acompaña,
dirigiré mis palabras al cielo nocturno
cual me esconde de tu silueta.
Mis palabras son mías, mis refranes son míos.
Mi atención es mía, mi conversación es mía.
Mis días son míos, mi cielo no es tuyo
y tampoco la atención inmerecida.
Daniel Badillo