RICARDO ALVAREZ

1- SILENCIO DE ENERO - 2- EL APETITO Y EL HAMBRE

1- SILENCIO DE ENERO

 

 

Silencio de enero,

voz muda de luna.

Callan ramas del tiempo

que en ti dormían, 

fibras del madero,

-horas minutos y fracciones-

zonas criadas desde la cuna.

 

Me educaste en los detalles de tu boca,

en los gestos del crepúsculo que en ti florecían

en glicinas exprimidas

de racimos de uvas en copa.

El trigo primaveral en mi renacía

como un sonoro caudal de ríos

que por los brazos juntan su cofradía y

en las manos del agua se mecen.

Como los frescos besos que dejaste en mi frente

cayendo a mi boca como fruto ceremonial.

 

Ese enero hubo algarabía en mi espalda.

Tórridos huracanes de mañana,

los pómulos del viento matinal

                                       nos soplaban al acantilado de rocas.

En un templo de fragancia

y compartidos aromas.

 

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                                         2- EL APETITO Y EL HAMBRE

 

 

 

El apetito es el hambre desconocido

del opulento agapiano.

El brillante laudo que desconoce la sangre

de los dedos ajados sin tenedores.

 

El apetito sigue el camino insaciable

de la isoca como cuchara empalagada

hasta las secas venas de estambre.

 

El apetito es el yugo que comprime,

esclaviza turbios mayordomos

como sicarios que alimentan de plomo

al esquelético hambre verdadero

que ya no recuerda su pasado

de enclenque sabiduría anémica y

entre retorcijones clava estacas en su lomo.

El apetito es hijo lujurioso de Bacán.

 

El hambre es la espina del cardo

enterrado en las entrañas sin el estudio del estómago.

 

El apetito saborea entre sus labios

el trajín sudado desinfectado del proletario.

No conoce crujientes camastros pero

si cantos de pájaros enjaulados

que trinan el desorden del semillero agrario.

 

 

El apetito cubre su rostro de onerosa careta festiva

y confunde el olor fragante del ásaro plástico

con un coctel de paladeado aperitivo,

estimula la ciencia de exterminio

para explicar injustas diferencias.

En sus dominios solo cría fieras,

lustradas bibliotecas de páginas esvásticas y

el hambre se cultiva con un solo libro de anticuario,

que en el capítulo del dolor de espalda continuo

 

narra la avalancha sin vergüenza como un gusano puro,

que el diente del hambre precisa del mendrugo de pan

o una res desmembrada en exterminio.

 

El apetito tiene el guante de la destrucción y

ejercita su garra bestia en lágrima ajena.

Tiene ictícolas receptáculos de pirañas en su boca

y el hambre un pez magro a dieta de cuaresma.

 

El apetito es la subespecie humana

que nada marea de tiburones.

 

El hambre se postula con rostro de honores

en la tenaz y pobre sopa de un plato que mengua

su volumen y por el dedo se resbala el agua y el fideo/

 

 

 

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