Otra lluvia en la ciudad
Ahí viene la ciudad, ahogándose en la lluvia,
con los pulmones llenos de esa sangre
que brota cuando el odio sobrevuela
con sus nubes la paz, difícilmente conquistada.
No es una rebelión, no es un golpe de estado,
es el diario morir cumpliendo la orden vana,
siguiendo la instrucción de dar la vuelta
de tuerca cada vez que el sol haga lo propio.
Entonces no hay relámpagos ni truenos,
no hay lluvia sobre el zinc, acribillando los tejados,
ni ríos que desbordan las calles más pobladas,
llevándose los árboles, los muertos, los recuerdos
de un tiempo por cambiar que no sabemos si era
acaso ese de ayer o el de la próxima mañana.
Entonces es la lluvia del tácito abandono,
un agua que da sed en vez de refrescarnos
y que hunde en lodazales de injusticia nuestra raza,
en vez de hacernos puros con su baño cotidiano.
Y viene sin piedad, sin lágrimas inútiles,
silente, simplemente con su arrastre,
que lleva entre sus piedras la luz y la decencia,
la flor de dignidad que duramente asía el hombre
cada vez que conquistaba un día pleno, una gran tarde
con paz entre los suyos, de regreso
al prístino lugar que era el hogar de sus queridos.
Y nadie extrañará a quien se ahogue en su cascada,
a quien no pueda más con tanta parda indiferencia,
con tupidas cortinas de anónima desgana
y fementida fuerza para aún cargar el yugo.
Y llueve sin cesar, desde que el reino fue partido
con su sol y su miel para las altas dinastías
y la hiel y el negro horror para las masas impotentes,
llueve sin final, porque es del hombre la gotera,
la cañería rota por infaustos escrutinios,
donde hasta el agua se vendió con tanta usura
que se hizo transparente por no verse avergonzada.
Llueve por fin y abrimos todos el paraguas,
no vaya a ser que la verdad de tanta lluvia
nos moje al fin y haga visibles,
cuando las aguas nos arrastren hasta el fondo,
estos inviernos de ciudad que explota
en que nunca nos fijamos, ni siquiera cuando llueve.
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07 11 13