Habiendo revelado Elena el secreto de la bugambilia, las actividades en la hacienda se llevaban a cabo de manera agradable, aunque de vez en cuando afloraba el carácter rústico de Emilio, especialmente cuando estaban de visita los sobrinos de Elena o los hijos mayores de él que continuamente estaban presentes durante el final de la cosecha. Elena se convirtió en la tía favorita, hasta de los parientes de Emilio porque era tierna y consentidora.
Elena veía a sus hijos y pensaba en lo que les depararía el destino. Juanito se convirtió en un joven espigado que seguía los pasos de su padre, poco ambicioso y conforme con cuanto poseían en casa. Gustaba del deporte, cuestión que disgustaba un poco a Emilio porque decía que por andar detrás de la pelota descuidaba sus tareas. Era poco innovador y la hacienda necesitaba ciertas mejoras, pero era Elena quien siempre se encargaba de esas pequeñeces según decía su hijo, él debía estar más pendiente de que las vacas tuviesen buen pasto para aumentar la producción láctea y que los bueyes estuvieran en buena forma para alquilarlos a los agricultores que necesitaban arar sus terrenos. Cansado del caballo en el que se movía al centro del pueblo y al campo de futbol, pidió que le compraran una bicicleta. Por esos rumbos nadie había oído hablar de ese medio de transporte, pero él a través de un pequeño radio de transistores escuchaba sobre los adelantos del siglo y quería una para poder ir a la plaza sin el incómodo caballo y llegar más temprano a sus entrenamientos.
Elena lo complació, para poder comprarla utilizaron el dinero de la venta de los mangos porque a ella le correspondía administrar el dinero percibido por la venta de la fruta de la huertecita de los laureles. La bicicleta fue una sensación por el pueblo. Juanito se deslizaba por las pocas calles solamente durante el día porque el lugar era muy obscuro al caer la noche, todavía no había llegado la energía eléctrica al alejado poblado. Sus hermanas también quisieron aprender a manejarla pero Elena no lo permitió, -ese aparato es cosa de hombres- les decía siempre. Ellas se quejaban porque consideraban que era lo mismo subirse a un caballo que a una bicicleta. Su madre no opinaba igual y tampoco Emilio que veía con disgusto la adquisición de dicho vehículo.
Cecilia, una flacucha niña de largas trenzas se transformó en una señorita muy agraciada, que gustaba mucho de la escuela donde aprendió el arte del bordado. Ella era quien ayudaba a su madre a preparar los platillos especiales para la semana Santa, el Día de los Santos Difuntos y la Navidad, también el de los cumpleañeros. Con la tía Isabel hacía grandes caminatas por el campo, era la única que le acompañaba, a sus primas no les gustaba exponerse mucho al sol que por esos lares se sentía muy ardiente debido al tipo de vegetación espinoso que abundaba y que dejaba pasar fácilmente los rayos del astro rey.
Luz Elena, era realmente la luz de la casa, traviesa e inquieta que siempre andaba cantando. Le gustaba mucho ir al río donde se daba largos baños, había aprendido a nadar solita desde pequeña, parecía una sirena. Casi todas las tardes durante el verano montaba a caballo y se iba al río acompañada de su hermano Juan, a platicar con los peces y a observar los pájaros que volaban raudos en distintas direcciones. ¿Qué pensamientos se desarrollaban en esa cabecita loca…? Ella quería volar algún día para conocer más allá del campo y le pedía a Elena que la llevara a la capital para conocer más mundo; su madre le decía que no fuera tan impaciente que ya se acercaba el día en el cual la enviaría con sus parientes para que estudiara por allá porque el pueblo no tenía más que ofrecer.
Continuará...