Yo tuve una novia
llamada Eustaquia
que conquisté una vez
escribiéndole cartas…
Era muy hermosa
en cuerpo alma
tan pura y candorosa
que parecía una santa
como una medallita
que yo le entregara.
Un le día le dije
te invito muchacha
a tomarnos un café,
gaseosa o malta,
o un vino tinto
de muy vieja data.
Me miró sonriente
y con mucha gracia
me dijo: Yo no tomo vino
porqué me emborracha
ni tomo café
pues eso me exalta
lo único que tomo
es la rica Fanta.
Y allí empezó
a tejer mi desgracia
pues comencé a buscar
por mi tierra ancha
el famoso refresco
que tanto le encanta;
para ver si lograba
salir con Eustaquia.
Pero nada de nada
no hallaba la Fanta
por los cuatro lados
de mi bella patria;
no la hallé ni en polvo,
ni siquiera la chapa
porque la bendita gaseosa
está muy escasa;
y pensar que antes
teníamos tantas
que hasta se compraban
en grandes garrafas
y eran más abundantes
que las cucarachas,
y cualquiera las compraba
sin mucha alharaca.
Me dijo don Pedro
el esposo de doña Pancha
que ese producto
ya no se despacha
y que no se encontraba
ni de cachaza...
Y ahora yo sufro
esa mala racha
buscando y buscando
la bendita Fanta
y al no encontrarla
mi novia con rabia
me dijo pichirre,
me llamó piltrafa,
me llamó marioneta
de pobre facha
y de obscenidades
me dijo una sarta;
que me olvidara de ella,
y rompió mis cartas
y la medallita
que había en su garganta
la tiró a la calle
en pago a mi falta
porque estaba rabiosa
y perdió su gracia
y ese mismo día
me cortó las patas,
por el simple hecho
de no hallar la Fanta.
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Maracaibo, Venezuela