Hacia el sur vuela la nostalgia de mis ojos,
desciende los caminos de la ausencia
como una pluma leve, como un suspiro
arrancado al centro del pecho,
se cuelga en los dinteles de la vieja morada.
Sobre mi rostro…
Presiento el inefable calor de un sol lejano,
que ha empezado a entibiar dos manos santas.
Amada mía, hermana y madre,
un ovillo de soledad, gotas de divina luz
me acechan haciendo doler tanta distancia,
se consume en un paréntesis de tiempo
como una llamarada de antiguos girasoles,
madura de olvidos como una nube errante .
Allí se han detenido las edades,
creció la hierba, las rosas abren sus bocas de terciopelo
esperando el beso de la aurora, el abrazo del sol,
también agonizan los trigales
y las parvas suspendieron sus quehaceres.
¡Más tú eres … Permaneces,
como la piedra primigenia!
Yo soy el árbol muerto
un vuelo mustio de hojas secas,
el fantasma que habita en el castaño
una casa vacía girando lento, lento,
abrazada a mis propios miedos,
como un violinista manco atado a su violín de agua,
un grito mudo soy, este llanto que no rueda las mejillas
pues se evapora antes de convertirse en lágrima.
Y me quedo errante en el crespón de la tarde
cuando el viento vuelve puntual cada mañana,
cada noche silbando tu nombre
y lo enreda en los brotes de esta anticipada primavera.
Mientras allá al sur…
Los cerezos extienden un adiós de perfumados pétalos
como minúsculos pañuelos
sobre los caminos que me alejan de ti,
los caminos de tu ausencia, sangre mía