En la copa de un árbol
el ave está bebiendo aire,
y beodo y extasiado por
las luces de su cuerpo lanza
un chorro de luz
de la que canta el cielo
y se cuela por entre las hojas
y se pierde en la monotonía
de esta tarde obtusa y sin chispa.
Sigue ahí, estático, parece
parte de la misma rama,
una hoja viva y florida.
Lleno de dulzura, el solito
hizo amanecer la tarde
y pintar de música el viento
que ahora anega
de armonía el azul.
Su canto se despedaza
contra el mundo y cada
parte vibra en todos
los rincones dejando
una constelación de himnos
y luces do sólo habitara
la chicharra que desplazada,
supongo, tambien escucha
este magnífico concierto.
Ya no es más el oído que su canto,
que advirtió a la monotonía
que se fuera al carajo
con sus malos y negativos
pasares.
Ahora hay un pedazo de árbol
con plumas que armó su propia
sinfonía en el confín del tiempo,
en el copo de una tierra nueva,
nueva para su canto,
nueva para la vida.
No me dejen único,
unanse a mi garganta.