Contemplaba el reflejo
de aquel cielo infinito
en el límpido espejo
de un lago tranquilo.
El azul me invadía
las pupilas del alma
y el amor… ¡Rebosante!
Hondo pozo dejaba
de aquel gozo indecible
de atisbar lo que se ama.
Deteníase el tiempo:
el corazón se saciaba
en el azul del lago.
¡Atitlán se grababa
como un sello en mi alma!