No es posible
que el roble que sostiene la saliva volátil de los vivos
sea el mismo que crece en la quietud esteparia de los muertos,
pero acaso sea igual, las diferencias
entre un mar y un océano son tan nimias
-cuestión de ancianidad-
que ahora hay gente que muere
con un trozo de cielo entre los párpados y no quiere exenciones,
se nos muere en gerundio y con olor a profeta desdentado
y es difícil saber
qué aroma tendrá el día pues depende
del olor de la flor que resucite.
Pero es duro escribir con tinta albina en las paredes del hombre,
sobre todo, esperar a que dibujen los riscos
el eco de tu rostro
cuando no tienes rostro y has perdido
la fe en los bulevares,
es duro porque sabes que el infierno más próximo
te espera en baños turcos
y a grados bajo cero.
Las únicas verdades que conoces son sucesos comunes,
algo así como un cuento de buitres o un canguro
que ha extraviado a sus crías,
maldita sea la gracia que te hace conocer en qué libro de visitas
se ahogan los ahorcados,
malditas las verdades que te llevan
de bruces a la astucia, las verdades
que se mueren contigo dejando tras de sí
sólo contradicciones.