Hice el amago de marcharme,
de desaparecer para siempre.
Tantas veces quise amarme
que acabé por no quererme,
no aceptarme.
Alegué en juico contra el alma,
que no me queda calma,
que me siento a ver el alba
por si acaso me conmuevo
y para ver si Dios me salva.
Estoy cansado,
la rutina es la misma,
olvida lo que viste.
La alegría me da de lado,
así que, egoísmo es el principio
para no ponerte triste;
aprendí, rectifiqué,
me quedé con lo mejor de ese tú y yo,
y a estas alturas sólo sé que
la vida dura lo que dura un café.
Réal...*