En las noches de verano,
las gentes se reúnen,
sentados en las terrazas, los bancos
de la plaza de mi barrio,
refrescándose con el viento,
fresco y acariciador,
después de un fuerte día de calor.
Algunos son viejos amigos,
vecinos desde pequeños;
antes de ir a dormir toman el fresco,
olvidan sus problemas, sueñan
hablan de sus esperanzas y deseos.
Yo los observo y disfruto
escuchando sus ideas, sus bromas,
compartiendo sus sentimientos.
Los jóvenes se cuentan sus aventuras,
beben una caña y ríen a carcajadas.
Las obligaciones, problemas
y preocupaciones se olvidan,
en esas noches mágicas de verano,
de la querida plaza de mi viejo barrio.
Hay parejas que hacen proyectos,
se explican sus sueños, sus anhelos;
se superan todos los obstáculos,
cuando se confía y se está enamorado.
Bajo los faroles
de la plaza de mi barrio,
sigo feliz soñando, amando,
a veces riendo, otras llorando.
Esa bella luz de los faroles,
alumbrando las terrazas,
son todo un espectáculo,
que no puedo olvidarlo.
Se parecen al resplandor del sol,
pero no dan su calor abrasador.
Cuántas cosas habladas y olvidadas
bajo su luz tan alegre y romántica.
A la una de la mañana,
las voces se apagan,
unos estudian, otros trabajan,
se levantan temprano por la mañana,
y regresan a sus casas.