¡Qué aromas amenos de flores soñadas,
bosques fabulosos y verdes praderas
aromatizaban las horas doradas
de nuestras sutiles caricias primeras!
Las primeras citas, de ilusión henchidas;
la intensa impaciencia de esperas ansiosas
por que nuestras manos vibraran unidas
y nuestras miradas brillaran fogosas.
¡Qué mágicas tardes de cálidos besos
y abrazos de brasa, con la complacencia
de un sol declinante con guiños traviesos,
cómplice amistoso de nuestra vehemencia!
Febriles progresos de amorosos lazos
un cordial destino nos fue deparando.
Y, así, nuestros cuerpos, entre nuestros brazos,
ardorosamente se iban fusionando.
Y el paso del tiempo selló nuestras vidas,
fundió nuestros cuerpos, y en frutos vivientes
transmutó fecundo las llamas prendidas
en días lejanos de amores nacientes.