¿Por qué tenías que ser tu a quien mis ojos voltearan a ver?
¿Por qué tenías que ser tu a sabiendas de que eres ajena?
Pero que ironía, si ajena se mostró mi razón al saberte ajena.
Y aun así, viéndome inerme y ante una inminente y flagrante derrota
dentro de esa pugna por ganar tu amor ante, quien por tiempo,
sea lo menos, llegó primero a ti, me atreví a declararte mi amor,
estando de por medio aquel pasado himeneo que unía sus vidas.
Un amor que salía victorioso, prometedor y duradero pero que,
aun con mis plantas en el suelo, solo sucedería en mi entelequía.
Y se dió... pero se dió un amor efímero, un amor pasajero.
Lo vi pasar como las rocas de un río blanco ven pasar sus aguas.
Se dió un amor taciturno, clandestino. Sin poder pregonar a los
cuatro vientos ese sentimiento tan bello que en ambos se veía nacer
en nuestro interior.
Fue tu templanza la que finalmente no nos permitió seguir con lo que
empezó pese a la escasez de muestras de cariño, de amor y de caricias
de aquel con quien compartes el sagrado lecho conyugal de tu habitación.
Y ahora... solo me quedo.
Viendo cómo te alejas y te haces pequeña por ese camino que alguna ves
recorrimos juntos.
Viendo cómo tu amor se me escapa de las manos,
viendo cómo se me va la vida en ello,
viéndome libre y tu... ajena.
¿Por qué?
¿Por qué tenías que ser tú?