Sólo un instante...
una locura de trasnochadas
palabras,
inescrupulosa e insistente,
martillando el cráneo,
cincelando un amalgama
de sincretismo
y cada inquietud del alma;
un trepidante ensueño,
un descalabro de pensamientos...
un andar entre las sombras,
entre decires y sindecires,
entre demonios y sin ángeles
porque no existen,
porque son un arrebato
de pálida esperanza
-como lo ha expresado el poeta-
casi moribunda,
harta lapidada,
por la sobrada escacez
de creer en algo,
en un mito,
en un dios inmenso, inescrutable...
inmutable, magnífico.
Sí, ángeles,
abruptos y dogmáticos,
más humanos
y endebles que divinos,
cargados de una grande historicidad
irremediable de la existencia,
aunque no existen
más que en la desesperación
de nuestras almas,
para salvarnos de tanta infinita
ignorancia.