Brocal hacia el abismo,
eso puede pensar de esa muchacha de la blusa amarilla
y con dientes de leche
quien no alcance a entender que la manzana de Newton
no había oído jamás hablar de Heidegger
e ignoraba el idioma de las ocultaciones
o simplemente sea uno de tantos
cuyo share de audiencia se desploma los lunes cuando emite
pecados capitales.
Yo la he visto sentada bajo un olmo muy viejo y en su labios
se intuía un poema,
yo la he visto abrazada a los columpios silábicos donde emergen los sueños
y era sí como el sol del alfarero,
como si alguien
que no ha visto jamás volar a oscuras a un pájaro quisiera
regalarme en papel de mantequilla
la gracia de un vencejo,
y le he dicho que no,
que yo era un viejo juglar que aún se emociona
contemplando a los cisnes y era tiempo
de evidencias más sobrias.
Muchachas como ella sólo pueden vivir de pensamientos rimados
y colores vistosos,
desde el rojo a la luz, desde un cielo en enaguas a un espíritu
recién glorificado,
muchachas como ella son la nieve del símbolo,
la poesía aritmética y la certeza del Génesis,
demasiado sutil en todo caso
para ser de este mundo.