Ovalle, ciudad del verso verde,
agujero bordado por cactáceas y olivares,
lugar del alma mediterránea y paradisíaca,
herencia del campo hortelano y de frutales,
saborizado con uvas, naranjas e higuerales,
de allá de los rincones del Punitaqui,
en donde el agua huye de los molinos.
Mi Ovalle, cómo guardarte en mis bolsillos,
cómo colgarte a mi cuello,
cómo distraerte y atraparte,
para llevarte aquí conmigo
durante la habitualidad del viaje,
en la memoria distraída de mis años.
Cómo llevar tu plaza al jardín de mi morada,
para dormir debajo de las copas de tus pinos,
que vinieron a ti cuando los árboles marchaban
buscando el lugar más delicioso para sus raíces.
Cómo arrancarte de este pecho envejecido,
para liberarte y que seas niño,
jugando en las aguas de ese río
que es parvo en el valle de Las Garzas
y joven desde La Paloma hasta Salala.
Ovalle, cómo distraerte y atraparte,
cómo extraer de ti las carcajadas
y guardarlas en un canasto de alcachofas,
en un zumo de betarragas,
en una iglesia de adobe
o en el oro blanco de tus cabras.
Ovalle, nido y sepulcro de mi madre
cómo extirparte de mi piel,
qué técnica uso para borrarte de mi sangre.
Bugues.