Ya cargado en años y cansado, se dormía sin querer en cualquier parte. Sus párpados simplemente se cerraban. Todos sus amigos sabían de antemano lo que le sucedía a Tommy. Así que hoy no era un día distinto en su fantástica vida. Volvía a soñar. Ahí pegado a la borda del vapor, navegaba en su mente mientras sorbía el enérgico y puro aire del mar del ingenio que inundaba todos sus poros. Había una cortés simpatía general por él. Todos observaban su dormitar y nadie se atrevía a despertarlo. Una fantástica y privilegiada mente no debía ser perturbada. Nosotros simplemente nos metimos en su sueño, así sin avisar. Aún se veía de niño, corriendo de aquí para allá. Su madre le tenía un gran amor, quizá como extranjera en un país difícil se apegó más a sus hijos. Una gran prole de la cual Tommy era el séptimo.
En su sueño se veía en la escuela. Tenía muchas ganas de aprender. Tomaba sus libros y un pequeño pizarrón. Un beso de su madre y listo…
El caso es que jamás se imaginó lo que sucedería aquel día en la misma. Un maestro intolerante y poco dado a las pláticas fue el actor que marcó para siempre la película de su vida. Por eso el sueño era repetitivo para el viejo Tommy, quien lo recordaba y su mente no hacía más que volver al pasado en cada descanso..., en cada sueño.
Aquel día el pequeño Tommy regresó a casa llorando. No tenía más de ocho años cuando el maestro le dijo: “Eres un bueno para nada” y luego lo calificó como “estéril e improductivo”. Vaya noticia que fue para la madre. Una y otra vez se lo repetía. Estéril e improductivo.
Nancy, su madre no le dio mucho crédito, lo tomó del brazo y siguió con su educación personalmente.
Tommy recordaba en el sueño perfectamente cómo vendió diarios, verduras, mantequilla y moras en un tren. Y lo que más recordaba eran esas interminables horas que aprovechaba para leer uno que otro libro en una biblioteca pública. Como quiera que pasara gran parte de su vida en los trenes, empezó a trabajar en ellos, pero no por mucho tiempo. “Bueno para nada” fue despedido por desobedecer órdenes. Una vez más su carácter le trajo problemas.
El sueño repetitivo del Viejo Tommy iba y venía de las muchas veces en las que intentó hacer algo y no lo consiguió. Fueron muy pocas veces las que “Bueno para nada” logró su propósito.
El viejo sonreía dormido en su chaqueta negra perfectamente entallada. Todos lo miraban dormir justo cuando llegó el mayordomo, quién abriendo la inmensa puerta de roble contigua al recinto caminó hacia él y tocándole el hombro suavemente, lo despertó:
- Sr. Edison, despierte lo aguarda el presidente.
Autor: JUSTO ALDÚ/Julio Stoute. 2013