Sumida en mis pensamientos
te añoro padre querido,
deseo tenerte a mi lado,
pero sé que te fuiste
por azules paraísos,
con tu espíritu peregrino.
Las sombras taciturnas
cubren la ciudad,
el susurrar del viento,
golpea mi ventanal,
filtrando por las hendijas
la luz nocturnal.
¡Trémula me he quedado!
Al mirar por la ventana
veo llegar un ángel,
con alas color de nácar,
me dice muy sutilmente…
¡Hija, tu clamor he escuchado!
Me invade una sensación,
de estar en un cuento de hadas,
¿acaso es ensoñación?
El cielo se ha tornado
de un color satinado.
Los destellos de las estrellas,
cual luces ambarinas,
iluminan el recinto,
en dónde él ha llegado.
Avanza tiernamente
solícito a abrazarme,
me cubre con sus alas
formando un resplandor.
En aquel momento hierático
me llena la ambrosía,
porque es él, mi padre…
¡El ángel de mi vida!
Es tanto mi embeleso
que mi corazón palpitante,
detuvo su ritmo por un instante
y me dejó sin aliento,
sumergida en manantiales,
en donde mi alma
reposó, plácidamente.
Y quedando un hálito
de aromas celestiales,
veo cómo se va alejando
a través de los cristales,
su espíritu altuistra
y espléndido a la vez.
Y dejando un rastro
de extraños matices,
se fue perdiendo
entre las nubes de armiño,
entrelazadas
con las nubes grises.
Y desde allí me cuida,
como cuando era niña...
Mientras tanto,
con la mirada
fija al cielo,
doy gracias al Señor
del infinito,
por escuchar mis ruegos
y enviarme…
¡El ángel de mi anhelo!
Felina