Mi ciudad empieza en un frio otoño
en el tres de la calle Gracia,
extendiéndose a brazos anchos entre
un expendio de hachís y una malabareria
que me llevan sin afanes de camino al Barri Gòtic.
Babilónica y lluviosa que te presentas, álgida,
al amparo de la mas esperpéntica New York,
la de las películas de Abel Ferrara.
Una mirada tuya, es mentira, o placer,
prenda de pago, en suma.
Todas valen, por seducción, peligro, cena,
y finiquito.
La ciudad me invita a escribir, en el balcón
de la pequeña pensión,
con la lluvia que no para,
llena de albatroces, escondiéndose,
entre los tejados del Rabal,
huyéndole a la tormenta, y quizás, a la gente.
La ciudad te incita a contarla,
a descubrirla, acaso, cinco metros mas abajo,
ciudad de perdedores, de infinitos
balcones sobre Ciutat Vella
y el negro cielo de noviembre
a la sombra de Bolaño, o eso me quiero pensar.
Con sus esquinas dibujadas
con pinceles de alabastro y miel,
de prostitutas amenas, efusivas, desafiantes,
otra noche a la conquista
de palpitantes corazones, por tus callejuelas
al asilo de la otoñal aventura,
escondida de La Rambla y sus turistas,
se prende la otra ciudad con el alma en juego.
Invitándote al cobijo de cada mirada furtiva
y un susurrante \"vamos\"...
tan contundente, tan simple,
de la boquita alegre de una eslava cadenciosa
o una latina de ojos familiares con un corazón,
mas que apagado.
Barcelona que sabes a Gloria o a Svetlana,
a ron cubano y a vodka,
y te parece por instantes mas a Mahfouz y Calcuta
que a l\'hospitalet o l\'Eixample.
La fiesta yace aquí, de agrestes sendas y gentes
desde la pedrera hasta Port Vell, paseándose
entre las faldas de una rumana recién llegada
y el hachís marinero, que titubeante,
sostiene un maghrebí en la acera contigua.
Esta ciudad es la fiesta, donde la ruina llega primero
mas por el alma que por el dinero.
Aunque no haya un duro para follar.
Y me llueves y no te acabas Barcelona,
y me llueves toda una vida.