La crisálida del verso,
Esa seda blanca,
Casi perfecta,
Con la que me pierdo.
Ese estuche viejo,
Que era mi alma,
Hoy un desperfecto,
Cual mano sin palma.
Acaricie mi soneto,
Oh soledad en calma,
Rompa el cerrojo,
Nade en mi cama.
Las frías olas de sábanas
Con peces de nada,
Con vientos húmedos
Y salivas saladas.
Sirenas de largas piernas
Y curanderos sexos,
Canto de gemido
Aliento a vodka
Con cigarrillos.
¡Hundan mi barca!
Con penas
Y olvido.
La mariposa del verso se ha ido,
Aleteando temerosa,
Huyéndole al frío
Que le produce el haber crecido.
¡Oh la noche tormentosa!
Inundando el río.
Mariposa del caos vencido,
Vuela silenciosa,
Duerme en el lirio.
Me quedo a ver la rama seca,
Esa donde había un niño;
Ahora hay botellas de ginebra,
Lágrimas y un preservativo.
¿A esto me he reducido?
Poeta de los mendigos,
Ebrio, necio, convencido,
Andando a tumbos,
Doliente amante sin nido.
Vino mediocre,
Sabe a noche
A tu nombre
Sin reproche;
Disecadas sin culpa,
Unas alas color rojo;
Un viejo con lupa,
Observa aquél despojo;
Un anciano cansado,
Con sonrisa de espanto,
Sin luz en los ojos.
Se escucha de fondo,
Un tango roto
De mujeres gimiendo;
Se escucha a lo lejos
Un lobo de estepa,
Aullando de miedo;
Pero el pobre lobezno,
Ya desahuciado,
Se mira al espejo
Y frena su canto.
El tiempo ha pasado,
Y el verso disecado
Se postra en la puerta,
Firme y ahuyentando,
Al ángel descuidado;
Por si llama de nuevo,
Por si recuerda
Cuánto la amo.