Te estás quedando ronco
ya no escuchas toser a las hormigas
ni el cierre marcha atrás de los comercios,
no te quejas
de que tienes vecinos con dos bocas,
una amante soprano y unos hijos
que a las diez de la noche se ponen a probar magnetófonos,
te estás quedando sordo y ya no para a tu puerta el vendedor ambulante,
¿para qué, si hace tiempo que dijiste
bueno a la soledad y te acostaste con ella,
para qué si has llenado de rameras y músicos
toda tu eternidad
y quienes hablan por ti
nos dicen que aborreces el sexo con condones retóricos?
Ya no esperas más luz que la tristeza de los colchones viejos
y adivinas que el viento te ha quemado la casa,
que la lluvia se ha subido a los árboles,
que no tienes linterna y no han llegado las vírgenes
y ahora escribes, a oscuras,
poemas metafísicos.
Qué pena que las radioemisoras pongan música yanqui
cuando anuncian
que los curas modernos y los guardias civiles
desayunan con sándwiches.
Haría falta un diluvio de lenguas en desuso que arrasasen
las farmacias de guardia,
haría alta aguantar el lloriqueo de las ranas en luto
y ver qué amantes quedan más allá
de las huellas que dejan los neumáticos.
Porque estamos cansados de ser latifundistas que atesoran insectos,
cansados de adiestrar guardiamarinas y esconder en la alcoba
a cardenales rojos,
cansados de que vengan rebaños de floristas enseñándonos
la bondad del membrillo.
Para colmo
te acabas de enterar de que han cerrado los jardines colgantes
de las casas de apuestas y han quebrado los bancos
en que un día pusiste a orear tus reflexiones,
te acaban de decir que se han abierto
balnearios de lujo en el infierno.
Sólo queda por tanto que la gente reniegue de la propiedad privada
y los grandes chamanes beatifiquen a Engels.