Alberto Moll

Nubes

 

Hubo una blanca nube sublimada

‒nieve radiante

que mil rayos de sol atesoraba‒

aquella tarde,

joyero de promesas auguradas,

que, vigilante,

sus primerizos besos contemplaba.

 

Hubo nubes rosadas vaporosas

‒gasas festivas

que los vientos batían como olas‒

los largos días

de sus tiernas vivencias amorosas

en armonías

que hoy sus mentes guarecen y atesoran.

 

Hubo nubes de un rojo arrebatado

‒llamas ardientes

prendidas por un sol arrebolado‒

cuando, candentes,

gozaron en instantes desbocados

que, al fin, inertes,

les hundían en plácidos letargos.

 

Hubo nubes de un gris amenazante

‒nimbos plomizos,

de granizo y de lluvia rebosantes‒

que, en días fríos,

helados por enfados lamentables,

de un gris sombrío

tiñeron fatalmente sus semblantes.

 

Y hubo al fin nubes de negrura horrible

‒hoscos cipreses:

negra la fronda y negras las raíces‒

que acerba muerte

al amado portaron insensibles

y que, atrozmente,

hundieron a la amada en lo insufrible.