Desde mi puesto en el timón, te miro apoyada en la base del palo mayor.
Lees, abrazando tus piernas, ese libro tan leído y querido, de hojas dobladas por el uso y barnizadas de sal.
Te miro envuelta en una luz de nácar y la vela mayor que gualdrapea te impide oírme decir cuánto te quiero.
Giras la cabeza y descubres en mi mirada la luz del deseo de adolescente perpetuo y me respondes con el beso de tu sonrisa.
Después de tantos años navegando juntos, me pregunto, ¿qué hubiera sido de mi barco, de mi mar y de mí, si no hubieras existido…?