Amaneciendo en las primaverales mañanas,
Pujando de amarillo
El pecho de los damascos pichones.
Amanece y todo cambia
El pequeño nido de tórtola, se renueva en polluelos
Más en zendas tímidas miradas, ese susto
No alcanza
Pera emprender vuelo
Aun no han de dejar el nido.
Asoma cada día el que pequeño y diminuto racimo
Uvas tiernas, ácidas, festín de la hormiga enemiga
Como la muerte.
Reventado fue su pequeña flor, pequeña y de encantos
Para ser granos tiernos de un verde tan hermoso
Todo poco a poco cambia, madura y se marchita,
Así la vida,
¡Oh la vida infinita, en cada verde y cálida estación!
Nos regala gozo un encuentro divino que enamora y bendice
Pasa en un rápido tiempo, celestial y profundo
La imagen sagrada del fruto delicioso.
¡Cuando miro al cielo!
Miro, imploro y doy un brinco en mi alma
Retozan mis nostalgias,
después de las lluvias
Saber que la vida,
nace en flor
Madurando en vivencias,
Aceptando la muerte, como un tesoro de paz y silencio.
Tiempo al merecido descanso, tiempo de aceptar la vida,
Aceptando el sueño profundo.
Regresando al dueño de la vida
Vida y Eterna su fuerza activa.
Que los pies cansados, merman la esperanza
Mirar ese rostro, nuestro
frente al mar y los espejos
Recibir esa imagen de nuestras efigies,
Saber que una lágrima, una risa, un abrazo
Nos hacen trascender, en posteridad y simientes
Que la vida es vida aun en pensamiento
Venciendo la muerte, física y reseca,
Que en los corazones, sigue titilando sangre de tu sangre
Sin ser derramada, contenida en las fuentes
Del dueño de nuestros destinos finales.
Darío Ernesto Muñoz Sosa
Autor.