Quise mirarme en el espejo. Y mi mirada prefirió vivir en su reflejo.
Y me recuerda que duele. Cuando el cuerpo se queja e incluso dormido, de ti se acuerda.
Tal vez sea mejor así. La dejadez del destino resume mejor la falta de cordura. A cambio, se puede olvidar. Dicen que entonces la vida deja de vaciarse y el sentido ya no cobra peaje por cada pregunta, porque ya no hay preguntas.
La balanza por fin se inclina. Ahora la muerte ya no se sienta a la izquierda del corazón. Los dioses tampoco se esconden. Los veo por la calle y los atravieso. Por la noche son ellos los que hurgan en el fondo de los vasos y en los urinarios llenos de lo que nuestros pensamientos ya no quieren.
Pero nadie abandona Babilonia. Lo recuerdas. Cuando la estupidez cabalgó sobre mi pene ella fue la única que alimentó mi boca.
Saborea el triunfo sobre la perdición. Porque allí olvidaste el dolor tal vez en los labios de alguien o entre sus piernas. Es cierto, mi corazón también se llenó de noche y acarició la vida pero no lo puedo engañar porque está en otro lado. El mismo lugar al que volverá mi cabeza cuando despierte. La noche habrá muerto. Lo hará mientras Babilonia duerme. Y yo comenzaré a morir también de nuevo. Yo viví en Babilonia pero sólo estuve vivo cuando mi casa fue tu vientre.