Yo no te conocía,
ni te quería conocer,
y, aunque me hablaron e ti,
siempre te ignoré;
y es porque no sabía
todo lo que ahora sé,
y las cosas que contigo,
desde que te conocí, pasé.
Yo no empecé, fuiste Tú,
Tú me hiciste alcanzar
esta gracia que ahora tengo
y no la voy a dejar,
me propusiste el cielo
y ya me haces disfrutar
(fue como un caramelo
que a un niño se hace probar).
Yo sé que terminarás
la obra que en mí empezaste
(no me vas a enamorar,
para después dejarme).
Siempre me fuiste fiel
aunque te fallé a veces,
y me pagaste con creces
las otras en que te amé.
No han pasado muchos años,
pero para mí hace siglos,
por todo lo que he vivido
desde que eres mi Maestro,
y no sólo me has instruido,
corregido y enseñado,
sino que me has protegido
y también alimentado.
Jesús, tú eres mi amigo:
el mejor y nunca fallas,
y allí, donde quiera vaya,
siempre estás conmigo;
me has socorrido en las luchas,
me has consolado en las penas
y, a pesar que han sido muchas:
estás, ¡en malas y buenas!
Nada que yo hubiera hecho
fue la razón de tu amor,
Tú eres eso, justamente,
y amar unilateralmente,
es tu manera, Señor;
y con paciencia infinita,
me terminaste enseñando
que es la forma mejor.
Tuve que sufrir un poco
porque es parte de tu escuela,
mas, aunque un poco eso duela,
no se olvida lo aprendido;
y poco a poco subimos
la escalera de Jacob,
donde al final te veo:
de pie, ¡a la diestra de Dios!
El amar es lo mejor
de todos tus mandamientos,
pues el amor todo arregla,
y llegué a la conclusión,
que en el amar está todo
y eso es lo más seguro,
él es perfecto y puro
¡y segura salvación!
Eres amor y está claro
que, Jesús, Tú eres Dios;
que se entere todo el mundo
que me entregué, que soy tuyo;
y en estos versos declaro:
Sea en muerte o en vida,
en trabajos o fatigas,
¡serás siempre mi Señor!...
Y mi devoción confieso...
¡y te declaro mi amor!...