A mí me dicen poeta,
pero poeta no soy,
soy el cactus del desierto
desamparado por Dios.
El bardo canta a la vida,
también le canta al amor
y le canta a la alegría,
sus versos son esplendor.
Yo le dedico mis versos
al arriero y al pastor
al río y a los caminos
a las piedras y al dolor.
Quiero ser como el zorzal
que bendice con su trino
a la aurora y al ocaso
bajo el azul cielo andino.
Soy sembrador de quimeras
en mis campos de ficción,
aunque la tierra es baldía
siempre nacerá una flor.
Soy el alma que delira,
soy fantasma , eco y voz
de aquel errante perdido,
en senderos de ilusión.
Eugenio Sánchez Bacilio