La tarde triste está y en su fiel en el ocaso,
entre escarpados montes el cielo se recrea
extendiendo su manto sutil en la marea
del horizonte de añil pintado al raso.
Al fondo del azul se asoman las aldeas
durmientes, arrebujadas, tímidas, sumisas,
tal es el revolotear juguetonas de las brisas
que hasta los chopos del río se marean.
Allí se fija el puente sobre dos arcos recostado,
vetusto, de la historia fiel testigo complaciente
que con susurros va repicando a la corriente,
cómplices a cada orilla los juncos acostados.
Campos de mieses de oro resisten, asustados,
en actitud servil que implorando van clemencia,
¡hasta cuando permitirán abusar de su paciencia
por arados, los vientos y las hoces humillados!
Semidesnudas las vides se asoman a su paso,
atrevidas, mostrando al visitante sus vergüenzas,
casquivanas, esperan ser preñadas, y en sus trenzas
colgar sus hijos, el elixir para los dioses del parnaso.
¿Dónde estoy, dónde me encuentro? Tal maravilla
situada ¿dónde puede encontrarse en el planeta?
Es Zazuar. Un minúsculo pueblito en la meseta.
Naturalmente, este idílico lugar está en Castilla.