Ante ti, mi musa, profusa, de vida perdida,
seductora astuta, siempre triunfadora
en las viejas artes de ganar amores;
tocada o tomada, muy poco atraída,
enamoradora de los corazones,
más no enamorada y nunca rendida,
mi conquistadora, yo sí estoy rendido, en idolatría.
Estatua de vidrio o mármol pareces,
tus miedos, que crecen, pedestal de acero,
el agua de tu hielo apaga el fuego;
no hay ruegos ni versos ni rosas ni cosas,
que supere eso que te envilece;
los besos, caricias, palabras, miradas,
por dulces y tiernas que sean resbalan
en la porcelana de tu geografía...
y no te hacen nada.
Golpeé con mi lira y mi canto tu oído,
por meses te pido que abras tu puerta;
más en la desierta isla en que finca tu yerta
alma semimuerta no llega sonido, ¡qué pena!,
ni grito ni trino ni trueno ni ruido,
tan sólo tu propio canto de sirena.
No creas que creo tu historia gastada,
¡ya ni tú la crees, pues no crees nada,
de tantas pociones por ti preparadas,
el vaho de alguna te dejó embrujada!;
maquinas venganza a todos los hombres,
pues de todos ellos eres maltratada,
bumerang que lanzas y muy descuidada
no atiendes y vuelve a golpear tu cara.
Mujer, ya no cabe siquiera ese nombre
por el que llamarte, tú has trascendido,
tú has traspasado límites, ejidos;
tu reino ya no es reino del mundo de los vivos,
al Hades Eterno tu destino ha ido,
planeta desierto es ahora tu sino,
sin bosques ni flores ni aves ni ríos;
ya eres cual terciario fósil en la lava,
por miles de siglos, en piedra trocada;
vida desvirtuada, sin fe ni esperanza,
por más que quisieras, ya no sientes nada.
¡Qué pena!, te fuiste antes que llegara mi barco a tu puerto,
yo arribé sediento y muerto de frío,
temblando y llorando te imploro y reclamo,
más nada consigo, no entiendo ni quiero aceptar
que ausente estás, aunque te oigo y te miro...
¡yo también soy ciego y los dos morimos,
yo por mi capricho, tú en tu desatino!
Vamos a perdernos... ¡qué mentira digo!
esto no es posible, ¡nunca nos tuvimos!
Estatua de nieve, semidiosa torpe, caprichosa tienes
la incorrecta idea de que no me quieres,
¿sabes una cosa?: por dentro te mueres
y quieres quemarte conmigo en mi fuego,
pero ya tu juego, el que siempre juegas,
ni quieres dejarlo ni tampoco puedes;
y vas a morirte, aunque no te mueras,
si aunque no te tengo, aún así te dejo.
Y, aunque yo lo quiero, tampoco lo puedo;
pero algo tenemos, algo conseguimos,
algo compartimos, en luchas, conquistas, repliegues,
desgaste, desorden, ruegos y desdenes;
algo sí vivimos, algo poseemos, nos liga
y mantiene unidos en ciclo perpetuo...
y no es un matrimonio... es esto: ¡Nuestro infierno!
Por sesenta veces estuvimos juntos,
me dejaste en treinta, yo en tan solo cuatro;
pero siempre estamos citados y nos encontramos,
es mentira todo, ¡nunca nos dejamos!,
solamente actuamos, payasos de un circo
ni cuenta nos damos de en qué forma y cuanto
es que nos amamos; no puedes dejarme,
no puedo dejarte, estamos atados
aunque no lo quieras, ¡aunque padezcamos!
Dios debe haber sido quién nos ha unido,
¡porqué a Él le plugo...
eso es lo único que explica este lío!
Estatua de diosa pagana te alcanzo,
a tu ara me subo y en mi locura,
en violento abrazo, quiebro tu armadura
y te rompo en pedazos, te desnudo todas tus magulladuras,
pruebas de los daños... y de tus fracasos...
Dices no quererme pero tremolamos
por calles y plazas cual adolescentes,
unidas las manos, los cuerpos calientes
y, aunque pocos, besos muy ardientes dados.
Te quiero y me quieres, te amo y me amas,
anhelas mi fuego y rechazas mis llamas;
y te doy la prueba, que yo sé, la máxima:
Sólo un matrimonio, lo que hacemos, hace,
estar en la cama y no tener sexo,
discutir por todo ¡y no separarse!
Semidiosa blanca... hermosa,
Venus victoriosa cruzada con Marte;
violenta batallas las lides de amores,
musa caprichosa de las bellas artes:
Tu sí como tarda, hagamos las cosas,
dejemos el Hades, volemos al cielo,
¡qué ya más no puedo y la dicha aguarda!