El árbol de mi ventana ha perdido su última hoja y desnudo ha quedado frente a mí.
El pájaro que solía levantarme por las mañanas con sus melodías abandonó su nido y partió a tierra lejana.
El invierno está presente y se muestra mojando la tierra con cada una de sus gotas.
Son como lagrimas del cielo, como si los ángeles lloraran de tristeza por haberte alejado de mí, dejando un vacio enorme como el cielo mismo.
Ya ha pasado un año sin tu presencia, tus caricias, tus besos y tus sabias palabras.
Doy gracias a mi memoria por mantener vivo cada instante en cada momento que me hizo falta.
Doy gracias por haberte sentido cerca cada vez que me abrigaba con una bufanda tuya.
Doy gracias por todas las veces que sentí estar en un laberinto y sin saber cómo, ni de qué manera lograbas mostrarme cual era el camino correcto que debía tomar.
Esas lágrimas de tristeza convirtieron este desierto en un verde prado con lunares de bellos colores aportando a mi alma un pequeño túnel de esperanza y ganas de seguir viviendo.
En la mirada de tus hijos veo tus ojos, esos ojos tristes color café que eran capaces de decir mil palabras con la boca cerrada.
Y ahora yo, me quedo con mis lunares de bellos de colores.
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