La historia comienza un día más tarde que el otro. Una hora antes de la anterior y la vida pasada termina siendo eterna. Entonces entre las miradas torcidas y los besos desenfrenados a una flor se le escapa un pétalo, cayendo, anidando en su vientre. El seno más cálido lo tiene ella, pues su vida, ha sido un manjar para las abejas. Las luciérnagas acompañan a la triste flor a su rosal, ya casi marchita decide llorar. Con cada lágrima un pétalo desvanecía y una mancha en el cielo plasmaba la oscuridad de su mirada. Quizás con el tiempo ella sanaría, pero esa parte de ella que escapo jamás regresaría. Ya había volado por continentes extravagantes y la vida europea le había gustado demasiado. Perdió su pétalo favorito, aunque estaba en contra de las reglas tenerlo. Ese, con la luz del sol, brillaba más que los demás; y con una sola gota de lluvia, su rojo resplandecía hasta los horizontes más lejanos. A veces ella sonríe con sus recuerdos, pero son memorias muertas y no se puede extrañar más lo que fue y no lo que sería. Ambas cosas son inciertas, ella lo sabe, pero la ilusión la traiciona tantas veces que la penumbra dolorosa dura más. En cuestión de cantidades, ella abunda con más pétalos; pero aquel, ahora prófugo, era especial. Le pertenecía a la dueña del rosal. Hacía que ella respirara aires jubilosos al verlo. Cuidadosamente iba, ella siempre, regando rosa por rosa el agua vital que las mantenía vivas. Aun con sus manos temblorosas, cada rosa recibía su cantidad perfecta de vida. Un día se recibieron noticias del pétalo que había partido. La mañana brillaba fogosa, recibiendo los pájaros que cantaban, cuando de repente la rosa vio su pétalo favorito y un suspiro se le escapo. La brisa bailaba en aquel reencuentro. Su corazón dio un brinco de felicidad; hasta la Luna sonrió. El rojo fue sangre viva, aun caliente, latiendo. Un beso las unió y el día se calmo. La rosa volvió a ser ella, dejo de apenarse. Continuo brillando y resplandeciendo, siguió dando aires jubilosos aun cuando su gota de vida dejo de llegarle todos los días. Hasta su último día erguidas, rojas, poco a poco se fue marchitando el rosal. Cuando llego el final, todos los pétalos habían sido nada más que un triste recuerdo.