Otoño, bello y misterioso,
cuanto has tardado este año en llegar,
cuanto te has hcho de rogar,
pero en mi pensamiento amoroso
no has dejado ni un sólo día de estar.
¡Contemplando mi jardín,
el rosal de nuevo florecido
y el oloroso y blanco jazmín
de sus pequeñas flores revestido,
llegué a pensar que te habías perdido!
Otoño, ¿dónde te habías metido
con esos días propios del caluroso estío
cuando a la luz del alba los pajarillos
nos despiertan con sus trinos?
Paseando atardecido
mojaba mis pies en el agua del río
esperando que la suave brisa me dijera
si estábamos en otoño o en primavera.
Y por fin te presentas...
llamando con premura a la puerta
y a mediados de noviembre con desafío,
con lluvia, viento, nieve y mucho frío.
Y en esta ocasión no he sentido
como en antaño tu melancólico despertar,
ni te he visto descolgar tu gris vestido
ni me has brindado tu difuminado colorido.
Como pintora te he echado de menos,
no has posado con tus ocres y dorados,
ni tu voz plañidera me ha acompañado
escribiendo del alma estos versos.
Me he perdido el espectáculo
que ofreces de luz y sombras,
donde tejes de hojas una alfombra
que de los sufridos árboles despojas.
Y te marcharás como has venido,
tarde, de repente y sin despedida,
por algo llevas la fama adquirida
de ser la estación incomprendida.
Pero yo te seguiré esperando
porque sé que nunca has de faltar,
tarde o temprano te sentiré llegar
y a la tierra y mi corazón alegrar.
Y te recibiremos con agrado, otoño querido,
porque siempre serás de todos bienvenido
y yo te acunaré de nuevo en mis brazos
dándote el más sincero de los abrazos.
Fina