Me preguntas, mi amor,
por qué duermo con la luz encendida;
por qué no apago mi lámpara y dejo
que la obscuridad nos envuelva hasta el otro día...
Es... que me gusta despertar a media noche
y verte a mi lado dormida...
¡te amo tanto... y es tan corta la vida!
Me gusta mirarte cuando no me miras...
recorrer pausada, despaciosamente mis ávidos ojos
por la flor rosada de tus armonías.
Recordar sin prisa, minuto a minuto,
el fresco momento del amor vivido...
los besos ardientes, el toque atrevido...
el masaje suave, el éxtasis... ¡y el estallido!
¡Hay!, qué mi tiempo es poco...
y quiero beberme todo...
¡hasta el mínimo instante, querida!
Y si ya agoté tus fuerzas y te has dormido exhausta,
después de amar y ser amada:
¡Aunque sea el mirarte conforma mis ansias
de seguir amándote!
¿Qué quieres que haga... que apague la luz
y pierda el momento que Dios me regala?...
Te amaré despierta y te amaré dormida...
¡me gusta el amarte!
Por eso te digo: No apagues mi lámpara
y duerme tranquila... yo estaré velando...
veré si respiras,
que nada perturbe tus sueños dorados,
que nada interrumpa tu justo descanso...
Para que mañana, en el nuevo día
y ya descansada, la vida te agite
¡y, a los borbotones, tu sangre se mueva
y alegre y gozosa esperes la noche,
donde con mis manos construyo en tu cuerpo,
montañas y prados, esteros y valles,
castillos y mares!...
Por eso te digo: No apagues mi lámpara...
¡Ay, qué el tiempo es poco... y quiero mirarte!