Raúl Daniel

Volviste hoy otra vez a mí

Volviste hoy otra vez a mí con tu frescura adornándote,

tu frescura de niña feliz que juega a ser mujer,

muy precozmente;

y todos mis enojos  escaparon y no pude hallarlos.

 

Yo ya no sé qué hacer conmigo mismo, tampoco contigo,

al final me conquistas y dominas cuando quieres,

y te transformas en mi dueña.

 

Siempre me digo que manejo la situación y mis sentimientos,

pero la tarde muere y tú te desnudas en mi mente,

y también termina todo mi poder y comienzo a esperarte.

 

Después también la noche muere,

y los hilos del cielo se borran y se dibujan pájaros celestes,

mientras yo tiemblo.

 

Te espero desde temprano, higienizo mis dientes y mi cuerpo,

y te espero, y te espero, y te espero;

y, cuando llegas, tu sonrisa trae el sol,

y mi casa se transforma en un místico templo oriental,

templo del amor.

 

A veces mis soledades me traen recuerdos de otras mujeres,

y sin quererlo te comparo, pero todas pierden,

tú eres la reina, les ganas a todas por tu cuerpo de odalisca,

pero sobre todo por tus ojos llenos de vida,

y con esas chispas que salpican.

 

No tengo todo de ti, hemos pactado ser sólo amantes,

no me contento, pero me contento,

porque un instante contigo ¡es un momento eterno!

 

Las horas que pasamos juntos no se nos cuentan,

porque en ellas no envejecemos,

en ellas soy un potro cabalgando libre al viento,

y tú, un amazona llena de sol y fuego.

 

Sí, sufro cuando al fin te vas, y no quiero,

pero peor es cuando te espero, porque tiemblo de miedo

pensando que podrías ¡no llegar nunca más!