La busqué y no la encontré,
se escondió, tal vez, bajo un tul de llantos;
la llamé y mudo quedé
temiendo que la soledad
tendiera su manto.
Su presencia traté de atraparla
midiendo el techo
oblicuo y blanco,
que ahogaba las plantas
sus flores y el canto.
Y cerrando los ojos, sin ganas,
rompí el silencio templado,
seguí buscando, tanteando,
husmeando el éter rodeado
de su presencia sin carne
de su vestido floreado.
Extraño su rostro,
su voz de acantilado,
las miradas que tanto dijeron,
sus ojos neblinos
ausentes y alados.
La busco y menos la olvido;
gritan los vasos, laureles y vinos:
¿dónde está la dama perdida?.
¿con otro se ha marchado?,
no, contesté sombrío,
ella es sólo un sueño soñado.