Como cada noche en la hora exacta de la brujería,
cuando el suave viento se torna en lamento y deja de sonar,
los frailes recitan el último verso del avemaría
en el claustro insigne de la sacra iglesia de \"La Compañía\"
me siento en mi cama, recojo mi mente y me pongo a soñar.
Sueño que aparece la imagen difusa de unos personajes en la lontananza
que muy despacito van aproximando hasta mi sus apuestas figuras,
altas y espigadas como en una escena del gran Don Quijote y de Sancho Panza,
visten de armadura, cascos, calzados de seda, esgrimen sus lanzas,
montan a caballo de hermosos jamelgos aquestos señores,
son aventureros, soldados valientes, aguerridos guerreros, los conquistadores.
Mi imaginación se aloja en la más bella suite del hotel Majestic sin número y nombre.
Desde mi atalaya a fuer preferente sigo los murmullos, idas y venidas de toda la gente.
Veo construcciones, amplias plazoletas, calles recoletas, míticos rincones
testigos discretos de mil y un sucesos, crímenes horribles, rencillas y algunas pasiones,
antiguas iglesias llenas de leyendas de frailes impuros a fuer de imprudentes,
damas complacientes, ricos pobladores, de indios, algunos señores y predicadores.
De la Catedral resuenan campanas marcando las doce.
Pesados mis párpados suplican descanso y echo los visillos,
Se oyen destempladas canciones de algunos borrachos y algún estribillo,
las animas vagan por las callejuelas lanzando reproches,
de la Independencia la plaza dormita. Ya se ha hecho de noche.