Raúl Daniel

Mundos Paralelos

Dos mundos paralelos, diferentes,

han chocado en la ingravidez celeste;

meteóricos, los trozos que se esparcen,

desgarrados, hieren el éter.

 

Un hombre a quien los años han marcado

con varillas metálicas sus sienes,

ocupando la que negra fuera,

su ondulada corona antiguamente;

mientras surcos atestiguan en su frente,

de su alma, los dolores permanentes;

es un hombre como tantos

que se hallan comúnmente,

hombre al fin y sobre todo:

es del sur, de la América Latina,

donde todos se parecen...

 

Una mujer común también, también del sur,

a quién también mal golpeó la suerte,

pero más joven y en eso diferente;

aunque las huellas al costado de sus ojos

hablan de noches de insomnios y silencios,

de lágrimas calientes que, corriendo,

en los pómulos abrieron...

y, aunque alegres, sus ojos juguetean

muchas veces y despreocupadamente,

explosiones espontáneas se suceden,

como atrás de un decorado que eso fuera,

donde formas se traslucen vagamente,

de otra obra, con otro argumento y otra gente.

 

Él, un hombre que lo ha perdido todo,

por no transar con lo mediocre,

diciendo lo que siente;

y prefiriendo el destierro solitario

bajo otras estrellas y otros cielos

(de sueños cargada la maleta de su mente),

cual garza blanca que abrió sus alas

y voló y quitó sus pies del lodo.

 

Un hombre de una tierra del sur,

que a otra tierra del sur, de esta ardiente,

desgarrada, dolida, patria americana,

su dolor, arrastrando trasladara,

y por compasión divina, sus heridas cerraran,

expuestas a un sol un poco más caliente...

Que con su mano abierta se pasea...

a la espera de quien quiera acariciarla...

¡lleno de fuego su corazón latiente!

 

Una mujer golpeada en su pasado

y en su presente, que angustiada,

ya no cree en nadie y casi en nada;

que pelea con Dios, en vez de orarle

y golpea, sin saberlo, sólo al aire.

 

Una mujer que va perdiendo,

en ignorancia, su vida, día a día;

una mujer que, aunque aparenta

estar llena de gozo y alegría,

es una herida abierta...

¡es un grito de agonía!...

 

Un hombre traicionado por los suyos,

él también cambiado por monedas;

un hombre que perdió hasta el orgullo,

la familia, el amor, las posesiones;

que, al mudársele todo, hasta mudó su nombre;

extranjero, solitario, mas luchando,

¡reclamando su derecho de ser hombre!

 

Hombre al fin, no tan común ni tan distinto,

transitando, cual estrella,

cual cometa vagabundo,

cual tormenta de nieve o huracán violento,

cual vela de nave o cual ave

en las alas del viento navegando

... ¡todo un mundo trasladando!

 

Y la mujer que, cual paloma herida

por la munición perversa,

de la altura cayendo...

en el último acto de su vida,

y como queriendo conmover la tierra,

en su agonía, choca violenta;

también ella dolida, también tormenta,

también ella huracán y estrella,

vela al viento y traicionada,

sin esperanza, sin amor y desgarrada...

en deshonor... y con la mano abierta;

a punto de creer, pero dudando,

a punto de dar, pero quitando,

queriendo y negando...

por falta de amor muriendo...

mas, la puerta, ¡al amor, cerrando!

 

Así chocan estos mundos paralelos,

sus pedazos desgarrando,

esparcidos por el éter cual meteoros,

en distintas direcciones y sangrando;

lo que hubiera sido un suave aterrizaje,

... un tenue posarse, casi una caricia,

leve brisa o la nota musical más delicada.

 

No fue así, no pudo serlo,

han olvidado hasta cómo hacerlo

y la furia de pasiones desbarata,

rompe todo, ¡destruye! y sin quererlo:

implacablemente... al amor ¡mata!