Dos mundos paralelos, diferentes,
han chocado en la ingravidez celeste;
meteóricos, los trozos que se esparcen,
desgarrados, hieren el éter.
Un hombre a quien los años han marcado
con varillas metálicas sus sienes,
ocupando la que negra fuera,
su ondulada corona antiguamente;
mientras surcos atestiguan en su frente,
de su alma, los dolores permanentes;
es un hombre como tantos
que se hallan comúnmente,
hombre al fin y sobre todo:
es del sur, de la América Latina,
donde todos se parecen...
Una mujer común también, también del sur,
a quién también mal golpeó la suerte,
pero más joven y en eso diferente;
aunque las huellas al costado de sus ojos
hablan de noches de insomnios y silencios,
de lágrimas calientes que, corriendo,
en los pómulos abrieron...
y, aunque alegres, sus ojos juguetean
muchas veces y despreocupadamente,
explosiones espontáneas se suceden,
como atrás de un decorado que eso fuera,
donde formas se traslucen vagamente,
de otra obra, con otro argumento y otra gente.
Él, un hombre que lo ha perdido todo,
por no transar con lo mediocre,
diciendo lo que siente;
y prefiriendo el destierro solitario
bajo otras estrellas y otros cielos
(de sueños cargada la maleta de su mente),
cual garza blanca que abrió sus alas
y voló y quitó sus pies del lodo.
Un hombre de una tierra del sur,
que a otra tierra del sur, de esta ardiente,
desgarrada, dolida, patria americana,
su dolor, arrastrando trasladara,
y por compasión divina, sus heridas cerraran,
expuestas a un sol un poco más caliente...
Que con su mano abierta se pasea...
a la espera de quien quiera acariciarla...
¡lleno de fuego su corazón latiente!
Una mujer golpeada en su pasado
y en su presente, que angustiada,
ya no cree en nadie y casi en nada;
que pelea con Dios, en vez de orarle
y golpea, sin saberlo, sólo al aire.
Una mujer que va perdiendo,
en ignorancia, su vida, día a día;
una mujer que, aunque aparenta
estar llena de gozo y alegría,
es una herida abierta...
¡es un grito de agonía!...
Un hombre traicionado por los suyos,
él también cambiado por monedas;
un hombre que perdió hasta el orgullo,
la familia, el amor, las posesiones;
que, al mudársele todo, hasta mudó su nombre;
extranjero, solitario, mas luchando,
¡reclamando su derecho de ser hombre!
Hombre al fin, no tan común ni tan distinto,
transitando, cual estrella,
cual cometa vagabundo,
cual tormenta de nieve o huracán violento,
cual vela de nave o cual ave
en las alas del viento navegando
... ¡todo un mundo trasladando!
Y la mujer que, cual paloma herida
por la munición perversa,
de la altura cayendo...
en el último acto de su vida,
y como queriendo conmover la tierra,
en su agonía, choca violenta;
también ella dolida, también tormenta,
también ella huracán y estrella,
vela al viento y traicionada,
sin esperanza, sin amor y desgarrada...
en deshonor... y con la mano abierta;
a punto de creer, pero dudando,
a punto de dar, pero quitando,
queriendo y negando...
por falta de amor muriendo...
mas, la puerta, ¡al amor, cerrando!
Así chocan estos mundos paralelos,
sus pedazos desgarrando,
esparcidos por el éter cual meteoros,
en distintas direcciones y sangrando;
lo que hubiera sido un suave aterrizaje,
... un tenue posarse, casi una caricia,
leve brisa o la nota musical más delicada.
No fue así, no pudo serlo,
han olvidado hasta cómo hacerlo
y la furia de pasiones desbarata,
rompe todo, ¡destruye! y sin quererlo:
implacablemente... al amor ¡mata!