Cuanto más loco sea el amor que me profesas,
más grandeza obtendrás en mis poemas,
pues mis venas se rellenan del torrente
de la audacia irreverente de quimeras.
Las estrellas son mis fieles compañeras,
ilusorias sus distancias, están cerca,
y no acierta mi razón a imaginarlas
sino llenas de asteroides y planetas...
Compañera, circunstancia, hito, huella,
que en el paso de mi vida no te quedas,
pero dejas o te llevas mucho o poco,
simplemente lo que puedas o que quieras...
Ya tu rostro se perdió entre los recuerdos,
ya tus miedos se copiaron de mis yerros,
ya los hierros del dolor nos aprehendieron
y dejamos, otra vez, todo deshecho...
No me temas, no te temo (aunque debiera),
estarás en tu lugar a su debido tiempo;
de la historia, nunca faltan elementos,
si no fuiste, lo serás ¡dalo por hecho!
El pasado y el futuro se confunden
y en la rueda de la vida, sólo un trecho
es el hoy, que muy difuso se difunde
por el éter, en agónico lamento.
Ámame con el alma, no te pierdas
la ocasión de gozar por un momento,
la verdad ancestral del cumplimiento
del amar, el más grande mandamiento.
Todo pasa, y pasarás, como yo paso;
tú serás lo que serás, no lo que quiero
(de nosotros no depende en este caso)
ni tampoco morirá lo que es eterno.
El amor que se construye permanece
cual pirámides (que sepultan faraones),
¡dame piedras que yo tengo la argamasa
suficiente para torres y bastiones!
Si después de construida, constructores,
abandonamos la fortaleza erguida,
ella misma quedará por testimonio
de la verdad y la pureza conseguidas.
Yo armaré poemas nuevos del recuerdo
de tus manos, de tu boca, de tus senos;
tú más sabia y más mujer caminarás el trecho
que te falta, del destino, hasta tus sueños.
Yo, a tus ojos colgaré como luceros
de mi cielo (en donde hago lo que quiero),
tú pondrás a mi nombre en el cofre
de las marcas secretas de tu cuerpo.
Nuestros hombros hacia atrás caminaremos
¡sin arrepentirnos ni reclamarnos nada!,
con la frente en alto, y adornadas
nuestras almas por el sincero afecto...