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La mujer y el niño de zapatos viejos. - Cuento.

En estas fechas se pone en marcha el reloj sentimental y sus agujas –como puñales-  van clavando, segundo a segundo el corazón de quienes han perdido a un ser querido.

Hasta la montaña más grande sucumbe frente a la lluvia incesante.

Quizás por eso aquella mujer había decidido que ya no más podría soportar aquel sufrimiento y haría despedirse del mundo aquella misma tarde, tal su desesperación.

Mientras caminaba resoluta a cumplir su decisión, clamaba interiormente a Dios que la perdonara y que cerrara los ojos a su última acción.

Todavía no sabía cómo iba a llevar a cabo su determinación y siguió caminando cuando observa a un niño de unos 8 años frente a un escaparate de una tienda de zapatos.  Al aproximarse más, nota que sus zapatos están muy viejos y estropeados, además le quedan enormes para su talla. Cuando su mirada vuelve a la cara del niño, ve que le salen lágrimas silenciosas de sus ojos y eso le toca profundamente. El niño no se percata de la presencia de aquella mujer porque está inmerso en sus pensamientos. La mujer entonces se manifestó:

—Niño, por qué lloras?

Y el niño, un poco que avergonzado por haberle pillado, le contesta: —No estoy llorando, apenas haciendo un pedido a Dios.

—Ah, si? —dice la señora en tono de curiosidad— y que le estás pidiendo?

—Le he pedido dos pares de zapatos. Los que llevo son de mi padre. —Contestó el niño.

—Pero si solo tienes un par de pies, para que quieres dos pares de zapatos? —indagó la mujer.

—Bueno, uno para mi padre y otro para mi hermano. Cuando mi hermano no lo use, sé que no se importará en dejármelo.

—Ah. Muy bien. Entremos y te compraré los dos pares de zapatos. —Enfatizó la mujer— y el niño sonrió con los ojos.

Los dos entran juntos a la tienda y la mujer le compró los dos pares de zapatos y también calcetines nuevos.

Mientras la mujer permaneció en la tienda, aquellos desagradables pensamientos que había tenido se fueron disipando porque su preocupación con el niño se hacía más latente que la suya propia.

Al salir de la tienda, el niño le pregunta a la mujer:

—Le importaría acompañarme a darle este regalo a mi padre?

—Por supuesto que no! —Afirmó la mujer.

En el camino la mujer pensó: “Mañana le compraré otro par de zapatos, y así podré verlo otra vez.”

—Ya estamos cerca —dijo el niño, señalando el cementerio.

—Tu padre trabaja ahí? —preguntó temblorosa la mujer.

—No. Pero debo entregarle el regalo ahí. Hace tres días que espera estos zapatos, porque yo no quería que se fuera con estos zapatos viejos y estropeados. Ahora podrá irse más feliz.        —contestó el niño con la voz embargada de emoción.

La mujer pudo entender entonces que, aunque pensemos que todo pueda estar perdido para uno mismo, siempre, con nuestro amor y con nuestras acciones, podemos evitar que todo esté perdido para otros. Ambos, habían hecho eso posible.

—Hasta mañana!— le dice la mujer.

Yel niño confirma la respuesta con una sonrisa…