No ha muerto nunca ninguno de mis amores:
soy efímera carne de eternidad.
Los he honrado en las buenas, las malas, las peores,
con plural y absoluta fidelidad.
Me distrajeron otros resplandores
- fuera imbécil negar esa verdad -
pero jamás violé mi libertad
pervirtiendo en infamia esos temblores.
Y si parece a veces que el olvido
reduce a nada lo que fuera todo
alguna vez, al menos un momento,
tarde o temprano vuelve lo perdido:
me lo encuentro al doblar cualquier recodo,
es perfume o canción que trae el viento.