¿Despierto estoy soñando? ¿O es que sueño dormido?
¿Importa mucho acaso?
Solo sé que soñaba que aquel pobre mendigo
que entre sucios cartones en un portal dormía,
de pronto se tornaba acaudalado padre
que en mansión confortable habitaba dichoso,
rodeado del cariño de su esposa y sus hijos.
Y soñé que aquel niño que desnudo corría,
depauperado y sucio entre inmundas basuras,
en un mágico instante se había convertido
en uno de los hijos de una rica familia
y que, limpio y saciado, jugaba felizmente,
entre risas y abrazos, con sus padres y hermanos.
Y seguía soñando ‒¡hay sueños muy hermosos!‒
que aquella triste madre de un país muy lejano,
cuyos pechos pendían como secos colgajos
de los que inútilmente quería alimentarse
un bebé que era solo un haz de piel y huesos,
se cambiaba al momento en opulenta dama
de bien turgentes pechos, que pródigos brindaban
rica y nutriente leche a su hijo gordezuelo.
Y soñé todavía otro mágico sueño:
Que la cruel miseria en todos los países
se había desvanecido, y todos los humanos
vivían felizmente sin pobreza ni angustias,
sin opresores fieros ni atroz esclavitud,
y sin campos minados ni vallas con cuchillas,
sin tanques, sin cañones, rifles ni bombarderos...
Pero en ese momento... ¡desperté bruscamente!
¡No soñaba despierto!
¡Infeliz dormitaba y soñaba utopías!
¡Y el mendigo dormía entre sucios cartones...!
¡Y corría desnudo el niño entre basuras...!
¡Y la madre y el hijo, esqueletos vivientes,
seguían desahuciados, perdida la esperanza...!
Y en el mundo reinaba la injusticia y el miedo,
la explotación y el hambre, la miseria y las bombas,
las vallas con cuchillas, los cañones, los tanques...
Fanatismos y odios. ¡Y torturas! ¡Y sangre!