I
Clavados en tres cruces tres pingajos,
tres cuerpos rotos, archidoloridos,
por defender los últimos latidos
gastan en resollar arduos trabajos.
Se resisten a darse por concluidos
tres trayectos, tres nombres, tres legajos,
tres tristes colecciones de altibajos
- o acaso dos - pero ya están perdidos.
Uno dice palabras con veneno.
Otro sale en defensa de un sufriente
y suplica que luego se lo admita
en cierto reino. El de los tres más bueno
lo admite a reino que tal vez invente
y sonríe, con lástima infinita
II
Pertenecen al campo de lo cierto
el buen ladrón y el malo y el sufriente
del madero del centro que, imponente,
comenzara a reinar ya casi muerto.
Ciertos desde esa fecha hasta el presente
el reino que al ladrón le fuera abierto
y el perdón que a los hombres ha cubierto
por la Gracia del Padre Omnipotente.
Pero creo, también, que hay en lo humano
de por sí tal bondad que no hallaría
de dudar que mintiera un moribundo
y agonizando al lado de un hermano
- por aliviarle un poco la agonía-
lo admitiera en un reino de otro mundo.