Allí estábamos nosotros,
una tarde encantadora,
mientras pensaba ella en otro,
yo pensaba -ella me adora-
era su mirada engañadora.
Hasta entonces no advertí
y no me fije por la hora
que nada sentías por mí.
Cuando el ocaso llegaba,
estaba a punto de irme,
llegó una duda malvada,
a tratar de confundirme,
dijo ilusa, pero firme,
que me alejara de ti,
que solo sabías mentirme
que tú querías herirme,
que nada sentías por mí.
En eso mi voz interrumpe,
con un: Voy a extrañarte,
vuelve la duda e irrumpe:
Mira sus ojos va a engañarte,
pronto solo va a dejarte,
entonces sin más, creí,
cuando empezaste alejarte,
que nada sentías por mí.
Debí advertirlo siquiera,
debí al menos darme cuenta,
que estabas siendo sincera,
cuando no estabas contenta,
cuando te ponías violenta,
debí imaginarlo, debí,
saber que era una afrenta,
que nada sentías por mí.
Motivos y razones mil,
tuviste para hacerlo,
yo y mi tonto sentir infantil,
tardo fuimos para verlo,
mucho más para creerlo,
pero las cosas son así,
he llegado a entenderlo,
que nada sentías por mí.